Por Luis Castrillo Marín.
Hace muchos años en las aulas de la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad de Costa Rica existía un curso dedicado exclusivamente a temas relacionados con varias de las perspectivas académicas usadas para explicar el fenómeno del subdesarrollo.
Las distintas versiones incluían desde las propuestas de la Comisión Económica para América Latina hasta la Teoría de la Dependencia que culpaba de todos nuestros males a las conspiraciones del pérfido Imperialismo Yanqui.
En otro punto de vista Lawrecense Harrison publicó una obra dedicada a estos mismos temas que tituló “El Subdesarrollo está en la mente. El caso de América Latina”, un trabajo menos “economicista” que analizaba las desventuras económicas de la región, pero con un mayor énfasis en la faceta cultural.
No es fácil determinar la mayor parte de las causalidades para entender porque nuestros países muestran indicadores socioeconómicos muy lejos de las cifras usuales del Primer Mundo. Es un terreno sociológicamente plagado de estereotipos y mitos más propios de la mitología ideológica donde abundan las consignas de una retórica que nubla el debate desplazando a las argumentaciones con un grado mínimo de racionalidad.
Toda esa introducción viene al dedillo cuando uno repasa muchas de las cifras presupuestarias de las municipalidades costarricenses porque en varias de ellas (no en todas) lo que más abunda es el dinero que casi siempre se queda inmóvil engrosando los superávits, mientras el ciudadano que paga impuestos nota como la calle frente a su casa está destrozado, los sistemas de alcantarillado y de aguas pluvias quedan rebasados con unos pocos aguaceros o los parques y sitios de esparcimiento público sufren un deterioro evidente.
Ejemplos sobran a este respecto, pero unos son más dramáticos que otros como sucede en el caso del cantón central de Puntarenas cuyo gobierno local se gana el Premio Oscar a la ineficiencia en ejecución presupuestaria porque en este 2024 de las astronómica suma de $USD 51,7 millones apenas ha usado el 25,2 por ciento; es decir, el resto (74,8 por ciento) jamás llegó a traducirse en obras concretas.
Costa Rica es un país de compañías pequeñas, la inmensa mayoría de nuestro parque empresarial está formado por PYMES que nunca, ni por asomo, verán en sus balances contables semejante cantidad de dinero que podrían usar en el desarrollo de proyectos como planes de inversión en infraestructura física, contratación de personal o investigación de mercados con perspectivas comerciales para el lanzamiento de nuevos productos.
Tener en las arcas del gobierno local una cifra de semejante magnitud mientras el cantón pide a gritos mejor seguridad, una playa más limpia o reparar la maltrecha red vial cantonal, debería ser motivo suficiente para exigir a la administración porteña más acción y menos palabras porque como vemos dinero es lo que sobra en un cantón con un gobierno local millonario, pero encallado en el más puro estilo de vida tercermundista.
Como diría el personaje Varguitas en la película mexicana La Ley de Herodes: “Son pobres porque quieren”.