Por Esther Castillo Jiménez.

Costa Rica es hoy un país donde la movilidad se ha vuelto un tormento. Con millones de vehículos circulando y una infraestructura vial que nunca se pensó para soportar tal demanda, las autoridades insisten en imponer soluciones rígidas que lejos de ayudar, agravan el problema. Ejemplo de ello son las divisiones de concreto (esos muros pequeños que se extienden a lo largo de la carretera) y los llamados “tucos amarillos”, instalados en múltiples vías del Gran Área Metropolitana.

¿Cómo puede pretenderse que en calles de rodaje angostas se acomoden dos carriles para un lado y dos para el otro, separados por estas estructuras? La realidad es que el espacio no da y el resultado es un embudo constante. Cualquier accidente, incluso menor, convierte la carretera en un gran parqueo de horas. No hay posibilidad de desviarse, no hay rutas de escape, no hay salidas de emergencia.

Lo mismo ocurre en la Ruta 1, entre San José y Alajuela y viceversa. Originalmente eran dos carriles por sentido, pero como vieron que no aguantaba, le quitaron el espaldón para hacerla de tres carriles a cada lado. El resultado: ahora no hay chance de orillarse por nada, y cuando ocurre un choque, la presa es de tres carriles completos, una fila interminable de carros atrapados sin salida. Se repite el mismo patrón: más carriles, más cemento, pero cero planificación para emergencias.

En ese encierro forzado, los ciudadanos pierden tiempo, dinero y paciencia. Pero lo más grave es que también se arriesgan vidas: ambulancias, bomberos y patrullas quedan atrapados sin poder avanzar. Una sociedad que bloquea el paso a sus propios vehículos de rescate es una sociedad que juega con la vida de su gente.

Y no se trata solo del colapso vial. Estas divisiones también han cobrado vidas de manera directa. Una motocicleta que se enreda en un tuco amarillo, un joven y su acompañante que caen violentamente, una muerte que pudo evitarse. Otro caso en Pavas, contra un bloque de concreto, terminó igual: otra víctima mortal. ¿Hasta cuándo vamos a aceptar que el cemento decida quién llega vivo a casa?

El orden vial no puede construirse con soluciones improvisadas que se convierten en trampas mortales. El MOPT y el CONAVI deben reconocer que la ciudad no resiste más parches, que no se puede tapar el sol con un bloque de cemento, y que la prioridad no es pintar la calle de amarillo sino garantizar seguridad, fluidez y respeto a la vida.

Porque mientras sigamos normalizando que un choque detenga a toda una ciudad y que un muro cueste una vida, seguiremos pagando el precio más alto: el de vivir atrapados entre cemento, caos y muerte.

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